Insólito y Curioso

La isla en la que todos duermen tan juntos que sueñan lo mismo

Dice el tópico que el realismo mágico solo podía haber nacido en Colombia. La frase, repetida hasta la saciedad en hojas de promo de libro, en revistas de Avianca e incluso en campañas del gobierno nacional, se ha convertido en una especie de «el fútbol es así» sociogeoliterario.

Sin embargo, debemos admitir que casi todos los tópicos tienen un poso de verdad. Porque, ¿dónde si no en Colombia se iba a poder vivir hacinado en pleno paraíso caribeño?

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Nos referimos concretamente a Santa Cruz del Islote, una minúscula isla a no demasiados kilómetros de Cartagena de Indias que es retratada en el documental Aislados, proyectado en la presente edición del DocsDF.

Dicen de Santa Cruz del Islote que allí viven 1.200 personas en poco más de una hectárea cuadrada. Con esos datos en la mano, Santa Cruz del Islote es la isla más densamente poblada del planeta… con 4 veces más habitantes por espacio que en Manhattan.

Como no podía ser menos —recuerden el realismo mágico—, hay quien niega que en la isla se haya hecho censo alguno y rebajan esa cifra a 540 habitantes. Su vista aérea es impresionante.

La fundación de Santa Cruz del Islote también camina entre la realidad y el mito. Hace más de siglo y medio, pescadores afrodescendientes comenzaron a almacenar trozos de coral y de todo tipo de restos para protegerse de las tormentas caribeñas y del mosquito jején. Al parecer, este incómodo transmisor de leishmaniasis cutánea, al contrario que en las islas vecinas, no merodeaba por allí.

Los pescadores construyeron, pues, una minúscula isla artificial. Hicieron una cabaña. Después otra.

Un buen día la marea trajo a su orilla una gran cruz. Los pescadores la colocaron en el medio del islote. Había nacido Santa Cruz del Islote.

Si el lugar es feo, dicen, es porque es obra del hombre. Quizá les falta espacio, pero hay otras carencias que lo definen aún mejor: no hay policía ni conflicto armado.

Es cierto que tampoco hay agua potable — mientras viene y va el barco que la trae de Cartagena, la lluvia es una bendición en las trampillas de cada casa— ni sistema de gestión de residuos, y que el colegio solo funciona hasta octavo grado. Con una alta natalidad y más de la mitad de población menor de edad, el Islote, como ellos le llaman, está abocado al éxodo.

Tampoco hay cura. Cuando una pareja quiere casarse, debe anotar sus nombres en una lista. Cuando hay suficientes prometidos, se llama un cura para que realice una ceremonia colectiva.

Casi todo el territorio de los «isloteños» cabe en una mirada. Existen menos de 100 casas en todo el terreno. Se desee o no, cada noche se duerme apretadito. En el islote suena champeta, se juega mucho al dominó y hay un diminuto espacio para el balón en el que lanzar un córner conecta el fútbol con el equilibrismo.

A la única calle ancha se le llama «calle del adiós». Dicen que por allí andaba Tío Pepe, que tuvo 32 hijos y que ya no vive en el islote, no porque muriera hace unos años, sino porque allí hay tanta vida que los muertos tienen que irse fuera. En Santa Cruz del Islote no hay, claro, cementerio.

Dice el escritor Martín Caparrós que el islote es un barrio pobre en mitad de un mar esmeralda. Y quien dice mar esmeralda dice oficina abierta las 24 horas. Porque sí, la población de la isla vive sobre todo de la pesca.

En el único restaurante del lugar, el de Mamá Elena, asegura Caparrós que se come la mejor langosta con patacones de plátano verde fritos en aceite de coco que pueda imaginar un ser humano.

La pobreza del islote es, como en toda economía derivada del mar, relativa. Se dice allí que quien sabe bucear ya se tiene ganada la vida. Bastan un par de buenos pulmones para no volver de vacío a casa.

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